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28 de marzo de 2018

The Bachman Books II - La larga marcha: Donde sobrevivir no es un premio


La Larga Marcha
por Stephen King.

Tengo la costumbre de leer el párrafo final de los libros antes de empezarlos. La mayoría consideraría eso un spoiler, pero cuando no lo has iniciado, desconoces de los personajes y la profundidad de la historia, el leer solo el último párrafo (que no es igual a decir que lees el último capítulo) no te da las herramientas para entenderlo, pero sí para dejarte intrigado si es que en esas líneas se presentan las palabras adecuadas.

Y son esas mismas líneas finales, que me auguraban que esta historia no tendría un cierre, las que me animaron a iniciarla. Siendo así como doy comienzo a mi lectura sobre Garraty, un joven que de manera voluntaria y por una inexplicable razón, accede a participar en esta especie de concurso mortal titulado “La larga marcha” donde cien jóvenes varones inician una caminata sin descanso que termina cuando solo queda uno, lo que significa que los otros 99 perecerán, tras tres advertencias, en manos de los militares.

Esta marcha es aprobada y esperada por los espectadores quienes se reúnen a realizar apuestas y observarla desde la comodidad de su zona, esperando por el ganador cuyo premio es ver su deseo concedido, sea cual fuera.

Llegué a creer que el camino tendría obstáculos visibles, que acabaría rápido por el hambre y deshidratación, pero solo era una marcha donde cada cierto tiempo repartían la comida y bebida solicitada ¿Cuál era la trampa? Era el temor que habitaba entre los participantes, incluso cuando sabían que esperar. No existían reglas mal entendidas, negación de alimentos o similares, todo era crudamente transparente, teniendo como principal enemigo la resistencia física y mental conforme vez u oyes como uno a uno es fusilado según las normas.

Y en ese transcurso, desde la hora cero, Garraty interactúa con los demás, se hace cercano a algunos aun cuando es consciente de que solo uno puede salir vivo. Se muestra resistente y centrado gran parte del trayecto, lo suficiente para ayudar a su compañero McVries en ciertas ocasiones, esto en contraste con su propio desconocimiento ante su motivo para estar ahí, teniendo en cuenta de que se les permitía dimitir días antes.

Conforme pasa el tiempo, comparten sus historias, sus dudas y deseos teniendo el sonido de las balas de fondo, volviéndose inmune a la pérdida de vidas, mientras se acrecienta el temor de ser el siguiente cuerpo aniquilado y olvidado. La supervivencia del cuerpo no es lo único que decae, sino también la propia mente, afectando a cada uno de distinta manera, a distinta velocidad y con distintas manifestaciones, a pesar de brindar el mismo final.

En lo particular, considero que McVries entendía mejor su propia presencia en esa marcha que Garraty, aceptando su posible destino con más entereza aun cuando resulta ser Garraty quién lo ayuda —hecho que también sucede a la inversa—; sin embargo, solo se puede apreciar aquello cuando las páginas se van reduciendo, cuando el inalterable personaje de Stebbins demuestra que su compostura fue una muy bien lograda fachada que se llega a agrietar y cuando sabes que no importa quién quede al último, no existe un ganador.

Cabe recordar que durante la lectura de Rabia, mencioné que los libros carecían de conexión. Sin embargo, al finalizar esta entrega e incluso con una aún por leer, puedo decir que todas poseen el mismo aviso de hacia dónde avanza la sociedad. Tal vez nuestra realidad actual todavía carezca de programas crueles como “el fugitivo” o este libro, quizá escenas como en “rabia” no transcurran con tan pocas bajas de víctimas, pero las tres nos muestran la deshumanización a la que puede llegar el hombre.

Y cuando las lees, sintiendo que no estás contemplando mucha ficción, sino una posible realidad, sabes que el mundo puede estar avanzando mal.

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