La Larga Marcha
por Stephen King.
Tengo la costumbre
de leer el párrafo final de los libros antes de empezarlos. La mayoría
consideraría eso un spoiler, pero cuando no lo has iniciado, desconoces
de los personajes y la profundidad de la historia, el leer solo el último
párrafo (que no es igual a decir que lees el último capítulo) no te da las
herramientas para entenderlo, pero sí para dejarte intrigado si es que en esas
líneas se presentan las palabras adecuadas.
Y son esas mismas
líneas finales, que me auguraban que esta historia no tendría un cierre, las que me animaron a iniciarla. Siendo así como doy comienzo a mi lectura sobre
Garraty, un joven que de manera voluntaria y por una inexplicable razón, accede
a participar en esta especie de concurso mortal titulado “La larga marcha”
donde cien jóvenes varones inician una caminata sin descanso que termina cuando
solo queda uno, lo que significa que los otros 99 perecerán, tras tres
advertencias, en manos de los militares.
Esta marcha es
aprobada y esperada por los espectadores quienes se reúnen a realizar apuestas
y observarla desde la comodidad de su zona, esperando por el ganador cuyo premio
es ver su deseo concedido, sea cual fuera.
Llegué a creer que
el camino tendría obstáculos visibles, que acabaría rápido por el hambre y
deshidratación, pero solo era una marcha donde cada cierto tiempo repartían la
comida y bebida solicitada ¿Cuál era la trampa? Era el temor que habitaba entre
los participantes, incluso cuando sabían que esperar. No existían reglas mal
entendidas, negación de alimentos o similares, todo era crudamente
transparente, teniendo como principal enemigo la resistencia física y mental
conforme vez u oyes como uno a uno es fusilado según las normas.
Y en ese
transcurso, desde la hora cero, Garraty interactúa con los demás, se hace
cercano a algunos aun cuando es consciente de que solo uno puede salir vivo. Se
muestra resistente y centrado gran parte del trayecto, lo suficiente para
ayudar a su compañero McVries en ciertas ocasiones, esto en contraste con su
propio desconocimiento ante su motivo para estar ahí, teniendo en cuenta de que
se les permitía dimitir días antes.
Conforme pasa el
tiempo, comparten sus historias, sus dudas y deseos teniendo el sonido de las
balas de fondo, volviéndose inmune a la pérdida de vidas, mientras se acrecienta
el temor de ser el siguiente cuerpo aniquilado y olvidado. La supervivencia del
cuerpo no es lo único que decae, sino también la propia mente, afectando a cada
uno de distinta manera, a distinta velocidad y con distintas manifestaciones, a
pesar de brindar el mismo final.
En lo particular,
considero que McVries entendía mejor su propia presencia en esa marcha que
Garraty, aceptando su posible destino con más entereza aun cuando resulta ser
Garraty quién lo ayuda —hecho que también sucede a la inversa—; sin embargo,
solo se puede apreciar aquello cuando las páginas se van reduciendo, cuando el
inalterable personaje de Stebbins demuestra que su compostura fue una muy bien lograda fachada que se llega a agrietar y cuando sabes que no importa quién quede al último, no existe un
ganador.
Cabe recordar que durante la lectura
de Rabia, mencioné que los libros carecían de conexión. Sin embargo, al
finalizar esta entrega e incluso con una aún por leer, puedo decir que todas
poseen el mismo aviso de hacia dónde avanza la sociedad. Tal vez nuestra realidad actual todavía carezca de
programas crueles como “el fugitivo” o este libro, quizá escenas como en “rabia”
no transcurran con tan pocas bajas de víctimas, pero las tres nos muestran la
deshumanización a la que puede llegar el hombre.
Y cuando las lees, sintiendo que no estás contemplando mucha ficción, sino una posible realidad, sabes que el mundo puede estar avanzando mal.
Y cuando las lees, sintiendo que no estás contemplando mucha ficción, sino una posible realidad, sabes que el mundo puede estar avanzando mal.
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