Buscando por netflix
una serie light y con pocos capítulos que tuvieran breve duración, me encontré con este
título (conocido también como "Un día a la vez") entre su lista de estrenos y decidí darle una oportunidad. Es cierto que
al principio, entre tantas menciones a la nacionalidad y ciertas primeras
impresiones de las actitudes de los personajes, se me hizo un poco
estereotipado el concepto de los latinos, tomando en cuenta que yo soy una.
Pero no visualizaba
nada ofensivo, ni agrio y aburrido no era, así que me mantuve avanzando entre
sus episodios, sin tener que ir tan lejos para notar que había sido engañada,
que aun si la serie por apariencia y a simple vista parecía ligera, usualmente
para el final de cada capítulo se volvía sería, que los protagonistas se
mostraban menos cómicos y más humanos.
Tocaron diversos
temas en sus dos temporadas, tópicos que afectaban a cada personaje y no
necesariamente terminaban con un cierre feliz, sino con una nota de que algunas
cosas no puede resolverse, pero sí existen maneras de hacerle frente.
Penélope es una
veterana de la guerra que salió adelante no sólo sobreviviendo a ella, sino
también a lo acontecido en su familia, con su esposo quién no aceptó —ni llega
a aceptar— que necesita iniciar un tratamiento con sus adicciones y para
controlar los estragos producidos por la guerra. A diferencia de Penélope que
admitió la existencia de sus problemas mentales, no sin antes pasar por un
periodo de aceptar el problema mas no la ayuda, y entra en tratamiento por
sobre la creencia arcaica que se tiene de que no sé necesita ayuda profesional
para lidiar con ello.
Lydia es la madre
de Penélope, conforme los episodios avanzan podemos ver en ella un crecimiento
y cambio en su forma de pensar y posibles prejuicios sin alterar su esencia.
Entre los diversos cambios que me agradó e impactó fue el hecho de que si bien
estuvo buen tiempo a favor de la reconciliación entre su hija y marido,
juntándolos en diversos momentos, cuando está a punto de suceder y él da la
primera muestra de que no ha cambiado, Lydia sin dudarlo se pone de parte de su
hija, incluso sobre su creencia de que una mujer necesita un esposo, un hombre
a su lado.
Los hijos y
Schneider también tienen sus momentos de brillar o de mostrarse vulnerables sin
ser débiles. En particular, Elena las primeras veces no me caía bien, me
resultaba muy antitodo y en exceso dicha idea pudo haberse fijado; sin embargo,
supieron mostrar su faceta de hija, hermana, nieta y no solo enfocarse en su
lado transgresor, lo cual hizo una gran diferencia.
La temporada uno se
enfoca más en el encaminar a los personajes y en conocerlos, teniendo entre mis
capítulos favoritos en su mayoría los finales de esa temporada, destacando el
último donde puedes ver la fortaleza familiar en la escena del quinceañero donde recuerdas que lo principal es estar juntos, que una familia no implica necesariamente estar relacionados por la misma sangre y que debe primar no solo el amor, sino la aceptación.
La temporada dos
toca temas como el uso de armas, la discriminación y como cumbre —a mi parecer
el mejor capítulo y más pesado— el tema de la depresión, no tanto por el lado
de tenerla, sino por el lado de haber creído que uno está recuperado y
abandonar todas las pautas por creerse capaz, cuando la realidad es que no
puedes tomar esas iniciativas por cuenta propia y que si bien se puede
sobrellevar esa condición, es un estado al que tristemente se puede volver a
caer.
Lamentablemente
tengo que esperar todo un año para la siguiente temporada, porque tiene que
haber una, aunque si deciden no seguirla tendré el consuelo de que el final de esta
no es tan abierto. Me resulta una sorpresa grata haber caído en esta serie, a
la cuál llegué buscando risas y salí ganando mucho más.
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